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¿Comes cuando tienes hambre o cuando te sientes mal?

¿Has escuchado hablar sobre la alimentación emocional? Te ha pasado alguna vez sorprenderte comiendo algo que sabías que no deberías tomar, pero que no te pudiste resistir? Si es así, no eres el único.

De hecho, la mayoría de las personas sabe muy bien qué alimentos tomar o no para mantener su salud, pero a menudo acaba haciendo elecciones que no reflejan este conocimiento.

Eso ocurre porque las elecciones de la comida no son siempre racionales, sino que existe un fuerte vínculo entre las emociones y la alimentación.

La parte interesante es que la relación va en ambos sentidos. Es decir, tanto las emociones pueden llegar a dictar la alimentación, como al revés: la comida es la que influye en las emociones

Las emociones involucran varios niveles de integración neuronal y química, afectando la respuesta alimentaria a lo largo de todo el proceso de ingestión. Por lo tanto, las emociones pueden llegar a influir en la motivación del comer, las respuestas afectivas a los alimentos, su elección, y hasta la masticación o velocidad con que se ingieren.

Sin embargo, el tema de la comida y de las emociones es aún más complejo, ya que ambos aspectos se ven influenciados, en su turno, por otros factores.

Se trata, entre otros, de las interacciones sociales, el entorno, los pensamientos, el estado físico y hasta el sueño.

Es por eso que, para mejorar la relación entre los sentimientos y la comida, hay que buscar a alcanzar el equilibrio en todos estos aspectos.

Pero antes que nada, ¿cómo podemos reconocer la alimentación emocional?

¿Qué es la alimentación emocional?

Los cientificos hablan sobre el comer emocional como un concepto que deriva de la teoría psicosomática proveniente del psicoanálisis. Este define a aquellas personas que presentan como mecanismo disfuncional el regular sus emociones negativas, a partir de la ingesta de alimentos.

Personalmente, definiría la alimentación emocional como la búsqueda de evitar o vivir ciertas emociones mediante la comida.

En otras palabras, tiene que ver con el instinto primitivo de buscar placer y evitar el dolor, que vivimos en todos los aspectos de la vida.

De esta forma, se intentan a suprimir o calmar sentimientos negativos. Al mismo tiempo, se busca a llenar un vacío emocional, la comida dando una sensación de plenitud (que, en general, no dura mucho). Un ejemplo es la búsqueda del placer, otro es el deseo de tapar emociones como la tristeza, la soledad o la ansiedad.

Las personas que comen de forma emocional tienen a menudo sentimientos de culpa o de vergüenza después. Pero, estos sentimientos negativos también provocan, en su turno, el deseo de ser tapados, por lo que se recure, de nuevo, a la comida. De esta forma, se llega a caer en un círculo vicioso.

¿Cómo reconocer el hambre emocional?

El hambre emocional es una respuesta del cuerpo ante ciertas emociones. Las emociones negativas son percibidas por nuestro cuerpo como una amenaza, lo cual provoca que a nivel fisiológico se libere glucosa en sangre, con la finalidad de suprimir la sensación de hambre.

A diferencia del hambre física, que es la señal del cuerpo que necesita nutrientes y energía, el hambre emocional es la respuesta del cuerpo a nuestras emociones.

Esta viene de repente, es más violenta y después de comer, no se alcanza una sensación de saciedad.

Además, una persona que tiene hambre emocional suele desear solo ciertos alimentos y no se queda satisfecha con cualquier comida. En general, los alimentos que más se nos antojan en estos momentos son los alimentos ricos en sacarosa, es decir, los dulces.

¿Por qué? Porque éstos actuan a nivel de la amígdala -el centro neurobiológico de las emociones– mejorando el estado de ánimo y la sensación de bienestar. De esta forma se activan los centros de recompensa en el cerebro y provocan la secreción de hormonas del placer y de la felicidad, como la serotonina.

También solemos antojar comida rápida rica en grasas, como pizza o hamburguesas. Esta comida se asocia a un mejor estado de ánimo, disminución del estrés percibido y una reducción de la concentración de cortisol – la hormona del estrés.

¿Son realmente las emociones la causa de la comida excesiva?

Segun J.L. Sánchez Benito y Y. Pontes Torrado, no son las emociones en sí las que desencadenan la comida excesiva y emocional, sino más bien, la forma en la que la afrontamos. O, mejor dicho, nuestra respuesta a las emociones.

Muchos sabios ya nos llamaron la atención: la vida no se define por lo que nos pasa cada día, sino por nuestra reacción a ello.

Por ejemplo, imagínate esto. Dos chicas están corriendo hacia el andén del metro, pero pierden el tren por los pelos.

Mirando el panel para ver cuando viene el siguiente metro, leen que hay una avería y tardará 15 minutos.

Ahora bien, una de las chicas casi tiene un ataque de rabia y da el día entero por maldito. Mientras que la otra lo toma como una oportunidad para ir andando y así aprovechar el día soleado.

El evento es el mismo para ambas personas, sin embargo la forma de reaccionar a ello hace la diferencia.

Lo mismo ocurre cuando hablamos sobre las emociones y la comida. Por consiguiente, aprender a gestionar las emociones es clave para disfrutar en un equilibrio alimenticio.

¿Cómo gestionar las emociones negativas?

Ciertas emociones, como la tristeza, la rabia, la ansiedad, la culpa o la vergüenza son desagradables y pueden activar la alimentación emocional.

Sin embargo, es posible aprender a gestionarlas para prevenir posibles efectos no deseados, así como aprender a ser más felices.

Aquí es donde la atención plena o mindfulness puede jugar un papel importante, cambiando la forma en la que respondemos a los sentimientos.

Básicamente, se trata de prestar atención y tomar conciencia de nuestros pensamientos y sensaciones.

El primer paso es de identificar la emoción. Una vez identificada, de ninguna forma no hay que juzgarte por lo que sientes, sino de observarlo de forma objetiva y de aceptarlo.

Imagínate que tu mejor amiga te confiesa que tiene la misma emoción que tú. Seguramente no la juzgarás, sino que la comprenderás y, además, buscarás argumentos porque se siente así.

¿Entonces por qué no reaccionar de la misma forma con tus propias emociones?

El siguiente paso importante es de expresar lo que sientes.

Aquí tienes dos opciones: o se lo cuentas a una persona en la que confías, o te lo apuntas en un papel o en tu diario.

De hecho, tener un diario es una recomendación de muchos profesionales de la salud, para mejorar tu conciencia sobre tus emociones y salud.

Verbalizar o escribir lo que sentimos y pensamos es una forma excelente de sacarlo de nuestra mente y dejarlo ir.

Por último, piensa en lo que podrías hacer para sentirte mejor.

Quizás necesitas pedir disculpas a alguien, o simplemente hablar con alguien para clarificar unas cosas.

O bien, sentirte tú mejor contigo mismo, aprender a quererte, a darte más importancia y a decir “no” a lo que va en contra de tus valores.

Conclusión sobre la alimentación emocional

Hay una fuerte correlación entre las emociones y la comida.

Para alcanzar el equilibrio en tu vida, es importante aprender a gestionar tus emociones y a separarlas de la alimentación.

Es decir, no buscar en la comida una solución a un problema cuya causa no es la alimentación.

Solo al entender primero qué y por qué sientes, podrás cambiar la forma de responder a ello.

Aprender a gestionar las emociones es un proceso duradero, que requiere de tiempo, paciencia, sinceridad y de ser abierto para cambiar.

Lo más importante es ir mejorando poco a poco, dando cada día un paso hacia tu mejor versión.

Si te gustaría tomar las riendas de tu salud, pero no estás seguro, por dónde empezar, ponte en contacto con nosotros y nuestros asesores estarán encantados de guiarte en el camino hacia tu mejor versión.

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